En los últimos años, y como producto de numerosas investigaciones, se han desarrollado nuevos criterios asistenciales con una amplia y sólida base humanista, de gran repercusión, especialmente, en el tratamiento de pacientes oncológicos. Así, a lo puramente técnico se incorporó el hermoso y gratificante concepto de calidad de vida, del paciente, que tuvo una categórica influencia sobre nuestras decisiones terapéuticas.
Se ha dicho que la duración de la vida no posee prioridad exclusiva; también la tienen la calidad de la vida, del morir y la oportunidad. Por tanto, cualquiera sea la duración probable de la vida, el estado físico y el emocional del paciente y de su entorno deben ser reconocidos y asistidos. Es probable que el resultado más promisorio de nuestras técnicas de tratamiento y la aparición de nuevas drogas que implican mejores recursos para controlar la enfermedad y como paliativos -en particular, los
psicofármacos-, hayan contribuido en la evolución de esta tendencia humanista actual.
Ciertamente, no debemos olvidar otros factores esenciales en este cambio de concepción, como lo son el enorme desarrollo de los conocimientos sobre Fisiopatología psiconeuroendocrina y los descubrimientos sobre intermediarios neuronales y receptores neuroquímicos centrales y periféricos. Sumado a lo anterior, cabe resaltar la aplicación más correcta y concreta de lo psicoterapia, la cual requiere una definición y un encuadre claro, preciso y evaluable. Por último corresponde subrayar la mayor y mejor capacidad de reconocimiento y de evaluación por parte del equipo asistencial. Los trastornos psicológicos y emocionales de etiología física, psicológica o circunstancial son, con toda posibilidad, los más tratables de la problemática de un paciente con cáncer.