Luis Alejandro Polanco presenta en esta novela el atribulado mundo de las sectas. El rigor militar no está ajeno a la alucinación y la locura. La propia negación del título, No habrá primavera en abril, expresa una contradicción sorprendente. La gran máquina de guerra del Estado, en la actuales condiciones de la globalización, produce a sus enemigos, los entrena, los arma, los enloquece y sufre sus agresiones. Luego los destruye. El narrador, Ron, un maestro despedido, desalojado de su casa, se integra a la secta del reverendo David Koresh en Monte Carmelo, Texas.
La secta religiosa armada, saturada de sexismo y racismo, se propone destruir el estado federal. Ron, quien ha viajado a Puerto Rico con una encomienda de Koresh, seducido por una prostituta que conoce en San Juan, desconoce la responsabilidad que tiene en la destrucción de la secta. Veteranos de las fuerzas militares estadounidenses organizan la venganza de los davidianos: colocar una poderosa bomba en un edificio federal en Oklahoma. Las víctimas son muchas, incluyendo niños, pero nada resulta como se pensó. La inteligencia del enemigo los ha penetrado. Ron evade la persecución del gobierno, pero vive obsesionado con el espacio vacío dejado por las poderosas bombas. Su vida de vagabundo gira en torno al Monumento de la Recordación. No puede evadir su tormento. Lo lleva en la conciencia alucinada. Sin embargo, todavía es capaz de percibir la catástrofe de la caída de una rosa.