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Basta con hojear un periódico de un día cualquiera para corroborar la capacidad violenta del ser humano. La información sobre homicidios, abusos y agresiones domésticas cometidas a diario nutre páginas enteras como reflejo de un siniestro e incomprensible lado de la naturaleza humana que es capaz de atentar, sin miramientos, contra los principios básicos de la supervivencia de la especie.
Este fenómeno terrible, mucho más presente y cotidiano de lo que obviamente se desearía, ha sido constante objeto de estudio y reflexión a lo largo de la historia. No obstante, la tecnología actual y el desarrollo de las neurociencias ha permitido a los científicos llegar hasta algunos de los rincones más oscuros del cerebro, en un intento por desentrañar los factores biológicos -incluidos los genéticos-, psicológicos y sociales que detonan el comportamiento agresivo. No cabe duda de que detectar la relación que existe entre la violencia y todo aquello que la precipita es la mayor herramienta para su prevención y tratamiento.