La sexualidad es un aspecto inherente al ser humano, para algunos es una fuente inagotable de placer, búsqueda y aceptación, para otros, la mayoría, origina problemas y conflictos de diversa índole.
La homosexualidad, ha sido tratada a través de la historia de manera característica y peculiar, responde al énfasis y espíritu de la época. Se ha visto permeada por intereses políticos (matrimonios entre personas del mismo género, adopción homoparental, prevención en salud sexual y reproductiva), religiosos (posturas de las diferentes corrientes religiosas ante el matrimonio entre personas del mismo género), económicos (dinero rosa, turismo gay), sociales (apertura a expresiones distintas de la heterosexualidad).
Ha sido considerada como una cuestión ritual, como herejía, como desorden o trastorno mental, como perturbación, perversión o desviación sexual, hasta llegar a la actual contextualización de ser una preferencia de género distinta a la heterosexual. La homosexualidad sin duda, expone un paradigma alternativo de pareja, de comunicación y de convivencia social. Manifiesta y expone que existen muchos tipos de personas homosexuales. La homosexualidad ejemplifica conductas y formas diferentes de relación que no se circunscriben a los roles tradicionales emitidos a partir de la heterosexualidad, tampoco a los estereotipos homosexuales típicos: activo es a masculino, varonil, dominante; pasivo es a femenino, dedicado a actividades de servicio, más estigmatizado porque ha renunciado a su masculinidad .
La homosexualidad, desde sus prácticas y dinámicas, no representan una copia fallida del modelo heterosexual, nos conlleva a confrontar nuestros mitos y prejuicios sobre la masculinidad y la feminidad, sobre uniones distintas , sobre neo modelos de convivencia, de amor y comunicación, otras formas de estar en la vida.
En la mayoría de los medios, cuando se aborda o se explicita a la homosexualidad, ésta se refiere en la mayoría de las ocasiones a la homosexualidad masculina, las mujeres homosexuales no son tan visibles. En una sociedad falocrática, la mujer es casi invisible, independientemente de su preferencia de género, incluso, a pesar de las políticas actuales que emulan la equidad de género.