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Este es un libro de contenido imprevisible. Como lector, puede gustarle, disgustarle o incluso impulsarlo a subirse por las paredes. En este último caso, cualquier pared sirve; si es alta, de color azul y dispone de una escalera de bomberos reglamentaria, mucho mejor.
En sus páginas encontrará historias que antes nunca han sido leídas ni contadas, algunas paradojas, reflexiones sensatas, reflexiones insensatas y al final, en un Anexo, un par de cuentos al estilo tradicional por si se anima y, en el caso de ser abuelo guay, quiere contárselos a sus nietos.
Tal vez, debido a su juventud o a la distancia, no conozca los escritos de los escasos humoristas de la postguerra española. No importa. Ellos fueron los que salvaron del naufragio intelectual a algunos miembros de mi generación, junto a las canciones de George Brassens y Edith Piaff, y las veladas en las que nos reuníamos para saborear, en silenciosa comunión de amigos, poemas de Rafael Alberti, Pablo Neruda y Antonio Machado.
Era un mundo pequeño, huérfano de tweets y de whatsapps, en el que la poesía y la esperanza ocupaban casi todo el espacio. Pensando en aquella extraña época, he escrito este libro. Y en algunos momentos, tras un leve sentimiento de nostalgia, me he sorprendido sonriendo.