La pérdida de un ser querido, especialmente para los niños, supone una herida interior, un dolor que les afecta en todos los ámbitos: físico, emocional, social y espiritual.
Ese «duelo» es una respuesta natural. Se inicia un proceso de reorganización que pasa por diferentes fases: en su inicio, la negación; luego, la aceptación y, a fin, la reconstrucción de la vida cotidiana. Se ha de tratar el tema de la muerte como algo natural en el proceso de la vida, aun cuando no se haya producido en el entorno próximo a los niños.