La vida del ser humano es una verdadera encrucijada, un cruce de caminos; un lugar de confluencia de sus pensamientos, sus sentimientos, emociones, deseos, impulsos, sensaciones corporales… ¿Qué hacer con ellos?
Desgraciadamente, y con frecuencia, la encrucijada no es un lugar de encuentro sino de desencuentro. Los pensamientos van en una dirección, en la opuesta corren las emociones; los sentimientos y los afectos se encuentran perdidos y las sensaciones ni tan siquiera aparecen. ¿Cómo podemos integrarlos, sin desintegrarnos?
En las cuatro direcciones de la encrucijada, los cuatro pares de emociones básicas aparecen en el horizonte. Son: miedo-ansiedad, tristeza-depresión, rabia-violencia, alegría-euforia. A partir de su conocimiento puedo elegir comprenderlas, incorporarlas (en el cuerpo), trabajarlas y vivirlas. Vivir es profundizar en cada una de las cuatro emociones mayores. Lo otro es sobre-vivir.
Cuando elijo recorrer el camino me abro a la vida de las emociones y el camino se vuelve emocionante. Puedo aprender poco a poco a vivir la emoción, no la conmoción, en el equilibrio móvil de los cuatro caminos.