Rafael Redondo nos habla de borrarse para que en uno el Ser siga siendo Ser. Sin dejar apenas huella. Tal es la condición para el brotar de la semilla de todo acto creador. Una suerte de vivirse como aliento, como anterior resuello, como antecomienzo de toda palabra. Un radical des-conocimiento, la no-intencionalidad del artista de la vida; la simplicidad de la inmediatez:
Mirar sin voz,
solo experimentar
el ser Silencio…
Y en tal disolución, aún cabe una oración sin yo hacia el Gran Tú en una plegaria sin destinatario, porque ya borrada hasta mi sombra, mi inexistente yoidad se funde en tu Energía en una oración desnuda de diálogo; y así, Gran Espíritu, me postro ante ti, liberado de espacios y tiempos; me dirijo a ti, como un desierto sin imágenes, en un silencio de imperceptible expansión, en una súplica sin suplicante, como un extraño rito de rezarme a mí mismo: Tú testigo de mi no existencia, derretido en el Único Sabor que exhala tu Unidad.