El melancólico padece de incredulidad.
No es una mera actitud mental. Es el modo de vivir la pulsión, de sentir la alteración de la vida. Se debe a su dificultad de dar a esa alteración el estatuto de demanda inconsciente. Vive pues la pura alteración como abismo que le separa de manera irreversible de los demás. Toda modalidad de psicosis viene de la soledad de ese abismo.
El creyente da a la alteración de origen el estatuto de demanda. Esa demanda se consolida como creencia, para lo cual se hace necesaria la complicidad. Para que una creencia adquiera consistencia colectiva ha de convertirse en doctrina institucional. Para que un grupo se consolide como comunidad de creyentes necesita la beligerancia que le dé a la creencia el carácter de verdad. Ahá comienza la impostura.
El creyente puede aprender del melancólico que sólo queda un espacio ético para no coincidir por entero con la impostura: la distancia ántima entre el sujeto y sus máscaras.