Escuchar a uno de mis siete sobrinos decirme: “Es que Titi, me gusta cómo cuentas las historias” fue suficiente para comenzar a explorar a través de todas aquellas vivencias de las que todavía en reuniones familiares nos reímos. Como aquella “Sobre el espeluznante descubrimiento del jardinero” y aquellas que todavía me sumergen en oscuros recuerdos que empañan mi visión, como “Sobre aquel ropero que guardaba tesoros y no quería abrir”.
Cada capítulo es una historia en diferentes tiempos. Mis memorias de cuando tenía de cinco a once años, contadas a mi sobrina Gillian, la menor de mis siete sobrinos; que por haber nacido y vivido allá en Estados Unidos, no tuve la oportunidad de verla con frecuencia ni sentarla en mi falda y compartirle aquellas historias que su Titi le contaba a sus primitos de aquí de Puerto Rico. Tomé prestadas también algunas memorias de seres muy queridos a quienes les gusta reír, y que al igual que yo están convencidos de que si no han sentido amor, pasión ni han reído, simplemente no han vivido.
—Irelina